2007-07-22

La sponsorizacion del Rock
Por Matías Recis

Los espectáculos de rock sufren cada vez más la impronta de distintas multinacionales. A continuación analizaré (entre otras cuestiones) los intereses que estos grupos empresariales persiguen al acercarse a un género, tradicionalmente, contracultural.

Parece algo usual el hecho de que prestigiosas firmas auspicien distintos eventos musicales; Ergo el rock, paulatinamente, dejó que gran parte de sus festivales cuenten con una prestigiosa marca para que soporte los abultados costos de realización de estos macro-eventos tomando, incluso, el nombre de festivales.
Así, se sucede el “Quilmes Rock”, “Pepsi Music”, “Fernet Cinzano Cosquin Rock”, “Brahma Cosquin Rock” y “Personal Fest” , entre otros.

Pero es interesante saber porqué éstas firmas invierten en el rock para publicitar su producto y, al mismo tiempo, las consecuencias implícitas que esto conlleva.
Una de las principales características que proponen estos festivales es proyectar al rock como un género musical masivo: sabiendo que su público (principalmente, en esta última década) experimentó un aumento considerable en su número (tal es así que los estadios de fútbol no pueden responder a esta afluencia tan marcada), las empresas auspiciantes se interesan por propuestas culturalmente populares.

Por eso, dichos conciertos acercan a la Republica Argentina a artistas como The Whailers, Die Toten Hosen, Duran Duran, Mars Volta, Morrisey, Patty Smith, Evanecence, Bad Religion, Iggy Pop & The Stooges, Velvet Revolver y Aerosmith entre otros; quienes, probablemente sin el auspicio de estos sponsors, no tendrían la ocasión de presentarse en nuestro país.

Sin embargo existen músicos que no son tan populares o que su vigencia terminó, pero mediante una expectativa provocada a partir de distintos medios de comunicación, las empresas convencen al sujeto de la importancia que tiene ese artista (independientemente de la manera a veces ridícula de publicitarlo).

Este mismo recurso lo utilizan también para promocionar eventos como el “Quilmes Rock” donde el individuo experimenta una necesidad casi irresistible de consumir un espectáculo (aunque éste no tenga necesariamente una afición por el rock o un determinado artista).
Y aquí surge otra incertidumbre ¿De donde nace el interés en lo masivo y porqué proyectan precisamente al rock?

Estos grandes festivales (los cuales acercan gente del interior del país y distintos rincones del mundo) apuntan a un público amilanado bajo estándares de consumo mundial. Para este espectador no existe una determinación en cuanto a la edad (aunque son, en su mayoría, jóvenes).
De todos modos, se dirigen a un ser que conciba la “divertida asociación” de la música con el alcohol, y no se efectúe demasiadas preguntas sobre el porqué de esta vinculación; su bienestar radica en participar del sabor de ese encuentro- de rock-.
Es por eso que el principal objetivo de estas empresas dentro del rock es el de un consumo popular y, principalmente, orientado a los jóvenes (vistos estos como el nuevo modelo humano y social). Al tiempo que todo individuo es potencialmente un espectador- o consumidor-.

La persecución de un ideal de persona joven se refleja también en los artistas (quienes no dejan que el tiempo marque sus cuerpos). Esta etapa de la vida, refleja un momento de vacilaciones y una fuerte identificación con distintos referentes musicales (debido a la descreencia política y religiosa de muchos adolescentes). Conjuntamente, el interés de estas firmas se ubica lejos de apoyar la cultura: su propósito descansa en formar un modelo de persona homogénea y poco crítica. Tal es así que el alcohol (junto a otras drogas) constituye un problema cardinal en la sociedad actual, y estas compañías, sin proponer un adulto pensante, sumergen al rock en burbujas de ignorancia.

Aunque por un lado, en estos conciertos ningún sub-genero dentro del rock se siente desplazado musicalmente (abordando distintas propuestas), la realidad también marca que los precios de las entradas son altos y el público de clase baja (queriendo entrar en un circuito determinadamente minoritario) asiste con mucho esfuerzo económico y casi sin oponerse a ese impulso (aunque esto plantee una clara decisión discriminatoria y elitista hacia ellos) por una cuestión de pertenencia.

Pero ¿Cómo responde el rock, un movimiento artístico tradicionalmente opositor a muchos preceptos, a esta sponsorización y acento sobre un sujeto determinado y moldeado culturalmente por empresas y necesidades superfluas?
Desde el lado del rock se recibe de buena manera a estos grupos empresariales: las bandas principales se aseguran una masiva afluencia de público a su fecha, empapelando televisores y calles con sus nombres, y los temas sonando por la radio.
No obstante, las bandas nuevas se conforman con tocar en escenarios alternativos, durante un corto lapso de tiempo y sin anuncios. Pese a esto, otros conjuntos, no participan ya que no cuentan con la posibilidad económica, un contacto o nivel de pertenencia acorde a los intereses manejados.
El número de rechazados es alto y las bandas que participan son, en la mayoría de los casos, productos de sellos discográficos o empresas que los exhiben en esta “transitada y efímera vidriera”.
Ergo, al abarcar distintos públicos y artistas, producen la sensación de que el espectador no conciba este género por fuera de las bandas participantes.
Por otro lado, los sponsors descansan solo en algunas manos. Isenbeck (quien hace pocos meses organizó el “Festival de la cerveza de Buenos Aires”) es ahora parte de la firma Coca-cola, y, de este modo, surgen rivalidades entre distintas firmas: mientras que la compañía Pepsi /Quilmes organiza el festival más importante de Argentina, desde la vereda de enfrente, Coca- Cola acompañó la llegada millonaria de U2 en 2007 para sus funciones en River.

Aun así, Quilmes y Brahma (dos etiquetas de una misma empresa brasilera) congregan el 84% del consumo local de cerveza (mientras que Isenbeck se queda con solo el 8%). Este predominio en el mercado también significa la diferencia que se marca en cuanto al montaje entre un evento establecido por una u otra firma. También en la llegada del producto al individuo se juegan factores como la identificación con la firma (en relación con las publicidades como forma de instalarse en un determinado público).

Si bien por un lado las corporaciones de gaseosas y cervezas engloban gran parte de la sponsorización del rock, al mismo tiempo, las compañías telefónicas no descuidan su lugar.Así, no es casualidad que distintas firmas de telefonía celular estén al tope de los auspiciantes ya que durante los últimos años (Nokia, Movistar y Personal) se colocaron como el mercado de mayor crecimiento económico del país (y condujeron este año visitas tan trascendentes como The Rolling Stones).
Sin embargo cabe preguntarse cómo se gestó esta amistad entre polos radicalmente tan opuestos.
A pesar de que el festival cordobés “Brahma Cosquin Rock” marcó el comienzo de la unión del rock con una firma publicitaria para el nombre del evento (aunque la relación con empresas se manifestaban desde los `90s), en 2003 fue el “Quilmes Rock” (en aquella oportunidad en el microestadio de River) quien apostó primero a instaurar esta música a partir de propagandas televisivas y el concepto masificado del evento: ahora maneja el festival más importante del Rock Nacional y uno de los más significativos de América Latina.
De este modo, las marcas ayudan a resolver la publicidad y el cachet de los grupos (principalmente extranjeros).
En cualquier caso, este contacto de productores locales con multinacionales, se intensificó luego de la devaluación económica del 2001, a partir de la cual, traer artistas extranjeros se hizo mucho más complicado por los costos que maneja cada músico.
Tal es así, que los organizadores muchas veces no tienen otra opción que ser sponsoreados para la realización de un evento que no tenga perdida.

Al mismo tiempo existe un interés político muy fuerte detrás. Justamente estos espectáculos son apoyados por el gobierno quien ve positivo el hecho de su realización: este sujeto que se fomenta desde allí es sustentado ya que le sirve electoralmente por experimentar una distracción y apatía de las cuestiones políticas y organizativas; son solitarios espectadores y no artífices. Así, desde estos espacios, se alimenta un individuo basado en el desinterés, el no compromiso y el éxito inmediato. Al mismo tiempo, conciben a la mujer como un objeto sexual y a la diversión entre amigos, el rock, el fútbol y el alcohol como la matriz cultural. Los vínculos sociales se ven desechos y son tejidos solamente mediante un partido de fútbol (por donde pasa la cuestión patriótica y familiar).

La sociedad entre empresas como Pepsi y Quilmes no es azarosa: buscan una ideal de persona sin facultades educativas para que sea una identificación popular: esto se traduce tanto en el rock como en el fútbol. Dichas marcas permanentemente se interesan por lo multitudinario, en consecuencia, tanto Quilmes como Coca- Cola, llegan a ser sponsor oficial de la selección nacional de fútbol. Otro de objetivos de estos sponsors es buscar que el espectador sienta la necesitad inmediata de realizar una asociación del producto con determinados hechos sociales de su vida personal; esta intención encuentra un punto en la excesiva incorporación de este mensaje en los medios masivos de comunicación, donde se promueve el sabor del encuentro con aquellos sucesos que tanta gratificación le provocaron.

Pero si bien los músicos parecen muy conformes con esta corporación, (al igual que los productores y sellos discográficos), seria audaz analizar cómo esta extraña combinación influye en este género. La consecuencia es notoria: actualmente el rock es algo ingenuo, trillado y manipulable por intereses políticos y empresariales. Ahora el rock no es rebeldía, es solo una pose socialmente aceptada. Se instauró como algo dogmatizado por la imagen y acoplado a un mercado que lo absorbió y lo volvió sumiso. La imagen es un factor influyente en esto. Antecediendo a la música y a un producto artístico, hoy lo primordial entra por los ojos. Al mismo tiempo surge el “cuidado estético del rock” que creció en estos últimos años gracias a la masificación del videoclip.

Gestado como un género que tradicionalmente se lo asoció con un declarado desinterés por la salud humana, estas empresas no están desentendidas del asunto: sus auspiciantes más fieles son las empresas cerveceras; Dichas marcas promueven esta sustancia depresora que ataca el cerebro y sus funciones (memoria, atención, coordinación y desorden psicológico), al tiempo que daña distintos órganos del cuerpo.

Si bien no muchos músicos se posicionaron en contra de estos festivales las excepciones siempre aparecen.Quizás la manifestación más explicita contra la sponsorización del rock fue el “Festirock Sin-marca, desmarcate por un día”, en República de Cromanón. Allí participaron El Otro Yo, Las Manos de Filippi, Shaila, Diego Boris y Massacre entre otros. Este festival tuvo una sola edición y no se volvió a repetir: pronto Massacre, El Otro Yo y Las Manos de Filippi también eran parte del Quilmes Rock.

La inteligencia y efectividad que despliegan estas empresas es asombrosamente siniestra sobre la sociedad, manejando a la población y sometiéndola a sus productos hasta asfixiarla. Escindiendo a la humanidad del pensamientos crítico y racional (y alejándola de lugares de encuentro y reflexión), estas empresas –disimuladas en festivales de rock- crean una sociedad descolorida, promoviendo un sujeto político y culturalmente resignado, dócil y uniforme.

Resumiendo, si bien en principio el rock atravesó un momento de inflexión al romper su esencia contracultural y ser fagocitado por la cultura, actualmente se reduce simplemente a una ventaja económica para las empresas auspiciantes.


Matías Recis
matias@recis.com.ar